Wednesday, June 07, 2006

Carta desde la Frontera





Llega la semana en que se recuerda que llovió y el pueblo quiso saber de que se trataba. Crónica de pueblos donde llovió y la gente se pregunta qué va a pasar.

Marcelo Pecho abre el portoncito y me dice que lo siga, vamos a ver cómo quedó la cuadra. Saludamos a la vecina de al lado que le dice que hay que llamar al veterinario porque al perro que encontró en el río se le reventó un ojo, los trapitos que le pone no le paran la sangre y se muere. Caminamos dos casas más y Marcelo frena, enmudece unos segundos y se dobla en una carcajada. Se da vuelta y me mira: “¿Adónde íbamos a ir si no hay nada?”.
Es difícil decir que donde estaban las once casas que completaban la cuadra de la calle Entre Ríos en Tartagal ahora hay un barranco de treinta metros que parece haber estado desde siempre y espera tragarse la casa de la esquina, que antes estaba a mitad de cuadra.
“Ya estoy como Doña Tarantino, la de la esquina -explica Marcelo-, los primeros días la veíamos pasar y volver para entrar por la otra cuadra a su casa. La costumbre es muy fuerte”. También lo fueron las lluvias y las crecidas de los ríos Tartagal, Seco y Pilcomayo -iniciadas en diciembre, detenidas en marzo último- que trazaron nuevos limites o mejor dicho, destrozaron los que existían antes en el noreste de la provincia de Salta. Y de un modo severo. La situación es de frontera total: entre la puerta de casa y el abismo. Geopolítica barrial al extremo. Además de la situación limítrofe de la zona como últimos poblados salteños y argentinos en la frontera con Bolivia, el desastre ocasionado por el agua expone otras fronteras de la vida cotidiana: el limite entre la dignidad y la pobreza, el desamparo y quizá el último limite de la vida del monte del Chaco Salteño. Tartagal, General Mosconi, Campamento Vespucio, Pocitos, Yacuiba, son lugares donde se vive al límite.
Río místico
Del otro lado del margen, Cristo saluda. Está pintado en la única pared que quedó en pie de una casa pequeña. “Ahí vivía la evangelista, el Gobierno le dijo que se buscara donde alquilar, que le pagaban ellos y se fue” relata Marcelo, que junto a su papá y su mamá es de los que se quedaron, como la señora de Chavez. La casa de la señora María América Paz viuda de Chávez tiene por cordón cuneta la cornisa, el labio del acantilado. Hay unos 3 pasos entre el borde y la puerta de entrada y María sale a barrer el espacio todos los días. Vive en la cuadra desde los 10 años, hoy tiene 54 y allí tuvo a sus 6 hijos, uno de ellos murió hace dos años. María mira hacia la otra orilla, al Cristo pintado, y dice: “Le pedí que no deje que se caiga la casa donde nació mi hijo el difunto”. Me cuenta sobre el río y dice: “Nos conocemos hace tiempo, desde que era una quebradita. Tenemos una relación larga, sé que no me va a llevar pero ahora le tengo miedo”. La viuda de Chávez tiene miedo pero ya no tiene luz agua ni gas. Se pueden ver los restos de los caños de cloacas colgando del precipicio. De todos modos ella sigue yendo cada día a su casa: “Vivo en las dos piezas del fondo. Un vecino me pasa agua y un alargador con un foco. Prendo la radio y por lo menos no me aburro”.Limpia hasta la una de la tarde y se va coser a lo de una amiga. Por las noches duerme en la casa de su actual pareja y la releva su hijo el solterón, que duerme sobre el abismo acompañado por dos perritos falderos.
La primera vez que llegué a la cuadra se escuchó un “Apio verde tuyú” con entonación etílica saliendo del fondo de una obra en la que trabajaban unos hombres. Pregunté si eran los dueños y se fueron para el fondo, entonces salió Dante Mesa. Era el día de su cumpleaños, estaba un poco pasado de copas, coqueando y con lágrimas en los ojos: “Hoy estoy así pero desde que llovió fuerte no paramos de fumar y fumar. Yo casi no fumo. No dormíamos. Esperábamos que se caiga la casa de Chávez. Si se caía nos íbamos todos”.
-¿Estás reconstruyendo?
“Sí, estaba por abrir un boliche, porque acá imagináte, vos no conociste antes pero esto con la luz del sol y la vista del río estaba ideal para un boliche con mesitas afuera y un barra con música. Le iba a poner La costanera”.
-¿Te lo rompió la lluvia?
“Lo desarmé todo yo con las mismas manos con las que lo levanté y ahora estoy acá de nuevo para terminarlo. Fue como un desalojo forzoso, nos presionaron con el miedo para que desarmásemos todo y nos fuéramos”
Esa vez lo dejé que siguiera intentando relajarse. Unos días más tarde Dante me muestra el avance de la obra ya con revoque fino, pero todavía sin techo. “Sí o sí voy a terminar la construcción. Vamos a abrir un kiosco con mi señora”, asevera.
El problema es que el consejo deliberante de Tartagal estudia un proyecto de ordenanza para dar de baja los catastros de las casas de la cuadra y eximir de impuesto inmobiliario y tasa retributiva. Si el proyecto prospera, las familias perderán la propiedad de sus terrenos, no podrán venderlos ni habilitar construcciones. La familia Pecho también se niega a irse porque no cree que les den una casa similar a la que ellos construyeron y no saben si los indemnizarán o les tocará pagar por la nueva casa.
Doña Ely, desde la vereda de enfrente de Cristo, multiplica empanadas en su horno de barro, que es todo lo que se salvó de su casa. La imagen de la construcción parece sacada de Irak o Afganistán, no hay más techo ni ventanas ni puertas sólo las paredes laterales y en el patio trasero el horno estoico junto a una mesada y un árbol que los cubre de sombra. La abordé cuando bajaba del colectivo para entrar a su casa en el barrio donde fue trasladada, a una de las 20 viviendas que el Gobierno provincial otorgó a los evacuados en la otra punta de Tartagal: “Yo no estoy conforme, perdí mi casa y mi fuente de trabajo. Toda mi clientela a la que le vendía comida quedó del otro lado. Pasé 16 días tirada en la vereda esperando a ver qué pasaba. Dormía bajo un tinglado con mi marido. Queremos recuperar nuestra casa, tenía 3 habitaciones grandes donde vivíamos 7 personas. La hicimos para estar juntos y nos dieron esta casita donde no entramos y nos tuvimos que repartir en otras casas de familiares”. El enroque inmobiliario produjo perjudicados, como Ely, que fueron re ubicados en casas de menor tamaño que las que poseían, y beneficiados, como Norma, joven madre de cuatro hijos, dos en edad escolar, que cocina una olla con arroz en una fogata en el patio cuando la saludo desde la calle desde donde la veo porque no hay medianeras. “Ahora mis nenes no van a sentir tanto el frío como cuando estabamos al lado del río, la casa nueva es de material la otra era de madera y chapa”, comenta.
Sociedad y Estado
Marcelo tiene 30 años es profesor de Historia y estudia Ciencia Política, no se corta el pelo hace 5 meses y dice que no se lo va a cortar hasta que no apruebe las materias que le quedan para rendir en junio y terminar la carrera. Habla de las placas, la corriente y el curso del río como si fuera un Ingeniero. Anoche salió por primera vez desde las lluvias y hoy tiene un poco de resaca dice que los amigos se cansaron de que hable del río y se lo llevaron. “Pasamos dos semanas sin dormir mirando como caían como un dominó las casas. Aprendimos a leer la luna según su color para saber si llueve”. Durante la vigilia comenzó a mandar las cartas documento al intendente, a hablar en los medios, preguntarle a los vecinos quien había hecho reclamos antes de las lluvias. Su hermano militar, miembro de la asociación de salteños residentes fuera de la provincia envió desde Mar Del Plata ayuda que fue retenida por el gobierno municipal y, ante la presión de los familiares, distribuida. “Es todo política. El gobierno provincial tira para su lado, el kirchnerismo para el suyo y el intendente manotea lo que puede para sacar crédito”. El río también les puso el límite político más cerca a los habitantes de Tartagal. Marcelo dice: “Los políticos hacen lo que quieren con el poder que les damos nosotros, nosotros tenemos el poder un sólo día: cuando votamos”. Caminamos por el lecho del río por los lugres donde antes habían casas y pasarelas y Marcelo explica qué obras faltaron hacer para contener y desconfía que logren hacer las que prometen. No van a llegar a hacerlo antes de 180 días, antes de que vuelva la temporada de lluvias”. Se anunció el presupuesto de 40 millones de pesos a invertir en Salta en control de erosión, estabilización de cauce y protección de obras de arte del Río Tartagal; desagües pluviales de Villa Güemes en Tartagal y Villa Tranquila en Vespucio. Pero muchos vecinos descreen que se haga todo a tiempo.
En el diario El Tribuno del domingo un enólogo dice que mudarse de Mendoza a Salta “fue como abrir una puerta y encontrar Latinoamérica”. La confusa superposición de responsabilidades del organigrama político nacional en la punta de la patria, en las puertas de Latinoamérica, me lleva a recordar una enseñanza del cuarto grado: que los mapas que traen las fronteras son los políticos y los físicos son los que traen los detalles geográficos. Asusta lo literal que se ha vuelto la situación aquí: los brazos de los ríos¸ la limitación política.
Medio Evo
Aun en el tercer milenio con cybers con banda ancha y bolivianos vendiendo mp3s en esta parte de Salta se realizan actividades de la época feudal. Cuesta digerir la convivencia de la leña y el celular.
Vespucio es otra de las localidades salteñas afectadas, carcomidas, socavadas por el agua. Pero antes padeció otros males. Es un ex campamento de YPF y nada más. No se construyó nada nuevo luego de la salida de la empresa petrolera estatal. Las casas que levantó la gente sobre el monte nunca fueron pavimentadas a pesar de que la zona tuvo su esplendor petrolero. Donde había calles de tierras hay grietas y pozos de tres metros, los vecinos los recorren por el costado y los cruzan sobre maderas. También flotan en gas y a la mayoría de las casas no llega la red.
Una nena aplaude en la puerta de una casa y entra con un bidón. Lleva petróleo que su familia junta de un pozo en el monte, lo carga en una lata con arena y lo pone bajo el calefón. Para cocinar quienes viven fuera de la zona pavimentada utilizan garrafas y hay quienes nunca toman agua de la canilla. Sólo una de las cinco bombas que antes llevaban el agua funciona y muchas veces el líquido sale con tierra.
“Estuvimos un mes sin agua”, me dice Javier, empleado de una cervecera. Gastó 150 pesos en agua para sus tres hijos y su señora. La única forma de llegar a Vespucio es por Mosconi, cuando se aisla Mosconi, Vespucio también.
Donde no llegan los tendidos de gas o agua sí llegaron las empresas telefónicas y talaron muchos árboles para instalar sus antenas. Los montes muestran brechas marrones, franjas de tierra como si los hubiesen afeitado el verde unánime. Ahora están más anchas por la fuerza de la lluvia que se llevó pedazos enteros de quebradas y pendientes.
Crónica de lo crónico
En 1982 y en 1997 creció el río y se perdieron casas y vidas. Recorrí junto a Marcelo el lecho del río Tartagal. Él señalaba los sectores donde el agua se llevó casas en las crecidas anteriores. Hoy 24 años después sólo hay árboles en los lugares donde se alzaban las construcciones, donde se concebían los hijos, se cocinaban los almuerzos y los perros vigilaban echados en los patios, ése era el crecimiento junto al río. El sector de los destrozos termina en una cruz de madera de unos tres metros de alto. Pregunto si conmemora alguna muerte. Me entero que no, que la pusieron los vecinos . Estaban rezando para que parara de llover y cuando pusieron la cruz frenó todo.
La mistica de los pobres se contrapone con la estrategia de los gobernantes que pretenden naturalizar los destrozos achacándoselos a un exceso de lluvias y no a la falta de obras nuevas y al mantenimiento de las anteriores. El gobernador Juan Carlos Romero editó en abril una revista en la que señaló que se trató de “un fenómeno natural, que se convirtió en un drama natural(...)El mismo fenómeno natural que hoy sufre Bolivia y parte de Jujuy sin que sean mencionadas en crónica alguna”. Pique corto a Bolivia entonces y volvemos.
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Pavimento Boliviano
Es irrisoria la división en mitad del puente entre Salvador Mazza y San Jose de los Pocitos, el Pocitos argentino y el Pocitos boliviano, con los paredoncitos laterales pintados de celeste y blanco hasta la mitad y de verde, rojo y amarillo de la otra. Quien cruce hacia Bolivia debe atrasar una hora el reloj . Por kilómetros el paisaje es el mismo la música es la misma las empanadas tienen el mismo relleno y se aceptan los pesos argentinos. El colectivo en el que voy está lleno de personas con experiencia en exportación, relaciones internacionales y comercio exterior. Más de la mitad de esa gente, a la vez, no sabe leer ni escribir, pero sí contar. Son los bagayeros, quienes contrabandean mercadería de Yacuiba y Pocitos hasta el lado argentino. “Es que aquí desde chicos las madres mandan a los niños a vender humitas o tortillas y ya se acostumbran a ganar su plata y siguen con eso en vez de ira a estudiar”, contextualiza Juana, militante del MAS e instructora de un curso de alfabetización gratuito aplicado por el gobierno de Evo Morales que se basa en un método del gobierno cubano y es financiado por Venezuela.
Lo que antes eran un espejo de olvidados, los olvidados de Argentina y los de Bolivia- conectados al punto de que si de un lado llueve del otro se inundan, si no hay plata en Argentina no se vende en Bolivia- se está corriendo, desdibujando. En Bolivia se habla de la Patria Grande y las similitudes entre latinoamericanos. La pavimentación reciente gracias a fondos de Venezuela, el dictado de cursos de liderazgo para campesinos y el recambio de los empleados públicos que ya no les cobran de más a los analfabetos ni atienden a los blancos antes que a los morochos son cambios que marcan una distancia del medioevo de un lado y los avances de la primera mitad de Evo, en el otro.
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Según la editorial escrita por Romero, en Tartagal y en todo el sistema de las Sierras Subandinas “las rocas allí mayoritarias pertenecen al período Cenozoico tardío y están formadas por materiales arenosos, limosos y arcillosos, escasamente consolidados que se desgastan fácilmente con las lluvias”. “Acusar frontalmente a Salta de pobreza y desinversión desde el periodismo nacional, es inocultablemente tendencioso y maniqueo. Omitir que en la pobreza estructural crónica del Norte Argentino; que ya lleva muchas décadas; el centralismo portuario es sin dudas generador de inequidad social agravada por asimetrías regionales que los diferentes gobiernos centrales nunca decidieron atacar...Es una verdadera felonía.”
El propio Romero no es ninguna novedad en la zona: gobierna la provincia hace diez años y pertenece a una familia añejada en el poder, también hace décadas. ¿Acaso la experiencia no le permitió prevenir? Ahora es cuando asoma la paradoja en cuanto a la postura ecológica del país, que parece ser prevenir antes que curar, pero de un modo estéril: la publicitada aparición de la reina de Gualeguaychú en Viena y la extensa cobertura mediática sobre la amenaza ambiental en Entre Ríos, donde no pasó todavía nada por las papeleras, aplasta en comparación a la efímera atención dedicada al norte donde se necesita curar y rápido.
En el noreste de Salta, la fiebre mundialista pinta todo albiceleste, los locales de disfraces en alquiler exhiben ropas para los actos de las fechas patrias de mayo, una maestra en una fotocopiadora pide ampliar una imagen del cabildo. Llega la semana donde se repite que llovió y el pueblo quiso saber de que se trataba. Este 25 después de la lluvia, en estos pueblos la gente espera a ver qué pasa. Vuelvo a Buenos Aires, un afiche muestra a Kirchner junto a Lula y Chavez, reza: “Camino a la patria grande”. A veces parece que la patria nos queda grande y que la dejamos a mitad de camino.

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